—¡No! —gritó Melody, apartándose de sus brazos con fuerza, temblando mientras el corazón le latía a mil por hora. Pero él no se detuvo.

La llevó adentro con firmeza y cuidado, sosteniéndola contra su cuerpo, sintiendo cómo cada centímetro de piel se estremecía ante la cercanía.

—¿Por qué no, Melody? —susurró, con esa voz baja, rasgada de deseo y dolor. Sus ojos la buscaban, intensos, profundos, atravesando cada defensa que ella intentaba levantar.

Ella lo esquivó apenas, intentando mantener la distancia, pero cada movimiento suyo parecía inútil; él la atraía con un magnetismo que no podía resistir.

El aroma de su piel la envolvía, su calor la quemaba, y cada latido de su corazón era un recordatorio de que todavía lo amaba, a pesar de todo.

Entraron al salón.

La chimenea estaba apagada, fría como la distancia que durante años los había separado. Demetrio encendió el fuego y pronto las llamas danzaban, proyectando sombras que jugaban sobre las paredes y sus cuerpos.

El calor suave del fu