Nelly bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de aquella verdad que la oprimía.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y pronto las gotas rodaron por su rostro como un río imparable.
Temblaba, no solo por el miedo a perderlo todo, sino también por la carga de la culpa que por años había arrastrado como cadenas invisibles.
—¡Perdóname! —gritó con la voz desgarrada, un sollozo ahogado en medio de aquel silencio cruel.
Ethan la miró fijamente. Sus ojos, que alguna vez fueron dulces y cálidos, ahora eran un espejo de dolor, de reproche, de un amor transformado en odio.
Sus labios se torcieron en una sonrisa amarga.
—¿Perdonarte? —su voz retumbó como un eco de tormenta—. Me has hecho tanto daño, Nelly. Te amé con todo lo que soy, ¿y para qué? Me has robado años, ilusiones, sueños… ¡Me lo has robado todo! Ya no más.
Las palabras atravesaron el corazón de Nelly como dagas. Rompió en llanto, incapaz de encontrar una respuesta que lo calmara, incapaz de sanar con una sola frase el veneno acumul