—¿Qué es lo que quieres, Johana? —preguntó Enzo con la voz tensa, los ojos clavados en ella, como si cada palabra fuera un veneno difícil de tragar.
Ella sonrió con una calma cruel, como quien sabe que tiene todas las cartas a su favor.
—Solo quiero ver a mi hija —dijo, con un tono suave que pretendía sonar maternal, pero que a él le helaba la sangre—. Eso es todo. Llévala a encontrarse conmigo.
—¿Por qué? —espetó Enzo, casi escupiendo la pregunta—. Tú nunca has querido a la niña.
Johana se inclinó hacia adelante, con esa sonrisa enigmática que lo había perseguido en sueños durante años.
—¿Y tú qué sabes si la quiero o no? —replicó con un dejo de furia contenida—. Yo la di a luz, la cargué nueve meses en mi vientre. ¡Claro que la quiero! —su voz subió, quebrándose por un instante, aunque Enzo no supo si era auténtico dolor o una actuación más de las suyas—. Por eso quiero verla.
Enzo apretó los puños.
—¡Desde un inicio la viste como un negocio! —le lanzó con rabia.
Ella soltó una carc