Tres años habían pasado desde aquel capítulo de su vida que Nelly intentaba olvidar, pero que seguía viva en su memoria como un susurro persistente.
La joven ahora trabajaba como recepcionista, con un empleo estable que le daba cierta tranquilidad, aunque el peso de su pasado nunca desaparecía por completo.
La vida se había vuelto predecible, organizada, casi cómoda, y Nelly había vuelto a la ciudad que la vio crecer.
A menudo pensaba en sus tíos, en buscarlos, en tender puentes que nunca se habían roto del todo.
Pero cada vez que lo hacía, un torrente de vergüenza la paralizaba.
¿Y si la miraban con los mismos ojos críticos que alguna vez juzgaron a su madre? ¿Y si creían que ella también era como Teressa, su progenitora llena de errores y oscuridad?
Esa posibilidad la aterraba más que cualquier otra cosa. Así, sus planes de contacto siempre terminaban aplazados, suspendidos en un limbo de miedo y prudencia.
Su hijo, su pequeño Eric, era su sol, su razón de vivir. Estaba en la guarde