Jeremías llegó al hospital, su corazón latiendo con fuerza y su mente llena de pensamientos oscuros.
La desesperación lo envolvía como una niebla densa, y cada paso que daba hacia la entrada del edificio parecía un esfuerzo monumental.
Las luces del hospital parpadeaban en su visión periférica, pero todo lo que podía pensar era en Tarah.
Se acercó al mostrador de recepción, la ansiedad apretando su pecho como una garra.
—Por favor, necesito saber sobre Tarah Duarte —dijo, su voz temblando, casi ahogada por el miedo que lo consumía.
La recepcionista lo miró con una mezcla de compasión y profesionalismo.
Después de unos momentos que parecieron eternos, finalmente le proporcionaron información.
Su corazón se aceleró cuando le dijeron que estaba en tratamiento, que los médicos estaban haciendo todo lo posible por ayudarla. Sin embargo, la espera era tortuosa. Jeremías se sintió destrozado, angustiado, como si una ola de desesperanza lo arrastrara hacia el fondo.
Enzo, estaba ahí a su lado,