Al día siguiente, la pequeña Ziara fue dada de alta del hospital.
La noticia llenó de alegría a todos, especialmente a Enzo, quien había estado ansioso por tener a su hija de regreso en casa.
La llevaron a su hogar, y al entrar, Ziara se sintió como si hubiera regresado a un mundo que le pertenecía. Su energía era contagiosa, y su risa iluminaba cada rincón de la casa.
Nada más llegar, vio a Enzo en la sala.
Su corazón se llenó de felicidad al verlo, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia él con los brazos abiertos.
—¡Tío Enzo! —gritó, lanzándose a sus brazos.
Enzo la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su pequeño cuerpo se acurrucaba contra él.
Era su pequeña hija, y el simple hecho de poder tenerla cerca una vez más era su ilusión más grande.
En ese abrazo, se sentía completo, como si todas las dificultades que habían enfrentado en los últimos meses se desvanecieran por un momento.
Demetrio, quien había estado observando la escena con una mezcla de amor y nostalgia, se sentó frente a E