Por la noche.

Enzo llegó a esa cena en el restaurante con una mezcla de expectativa y desasosiego. Al entrar, sus ojos se posaron en una mujer que, a primera vista, era indudablemente hermosa. Sin embargo, mientras la observaba, una sensación de incomodidad lo invadió.

Ella intentaba encajar en un mundo que claramente no era el suyo, pidiendo lo mismo que él, asintiendo a cada comentario, como si su aprobación dependiera de ello.

Enzo no podía evitar sentir que había algo forzado en su comportamiento; no había química, no había nada de nada que lo atrajera hacia ella.

Finalmente, la cena llegó a su fin, y Enzo, sintiéndose aliviado, le ofreció llevarla a casa.

Pero ella, con una sonrisa educada, se negó y se despidió con un gesto amable.

Enzo lanzó un suspiro profundo, sintiendo que la noche había sido un completo fracaso. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de marcharse, esa misma mujer se sentó frente a él, rompiendo la monotonía de su noche.

—Hola, te he visto desde que llegaste y