Pronto, los abuelos se dirigieron al hospital con paso calmado, aunque en sus corazones la emoción latía con fuerza.
Era la primera vez que veían a su nieto recién nacido y la curiosidad mezclada con ternura los tenía embelesados.
Cada pequeño gesto del bebé, cada respiración suave, les arrancaba sonrisas y suspiros de asombro.
—¿Ya eligieron algún nombre? —preguntó Oriana, inclinándose hacia la cuna, sus ojos brillando de expectativa.
Félix y Orla se miraron con una complicidad silenciosa, esa que solo dos personas que comparten un amor profundo pueden entender. Orla respiró hondo y sonrió:
—Lo llamaremos Jeremías, que significa “El elevado por Dios”.
El rostro de Oriana se iluminó.
El nombre tenía fuerza, ternura y un aire de esperanza que parecía perfecto para ese pequeño ser que ahora descansaba entre mantitas blancas.
—Es hermoso —susurró, acariciando con suavidad la mano diminuta del bebé—. No podría imaginar uno más adecuado.
El ambiente estaba lleno de alegría y emoción, de es