El rey Alaron se acomoda en su trono, su expresión solemne reflejando el peso de la historia que está contando. Elara, de pie frente a él, siente cómo su corazón late con anticipación. La magnitud de lo que ha escuchado hasta ahora la deja sin aliento, pero no puede apartar la mirada del monarca. Él continúa relatando:—Un siglo después de la muerte de Alice, la superluna regresó. Pero esa vez, su aparición no fue una simple luz deslumbrante en el cielo. Su magia descendió con fuerza, bañando a una recién nacida. Las antiguas creencias de nuestra raza dicen que la superluna, en su regreso, vino al mundo con un único propósito: encontrar al hombre lobo cuyo aullido había alcanzado la cima del cielo, aquel que, con su grito, había despertado un poder ancestral en ella. Y cuando la joven Superluna alcanzó la adultez y comenzó su búsqueda, descubrió algo inesperado: no encontró uno solo, sino cuatro. Los más fuertes, los más aguerridos Alfas.»Vivió con ellos en la manada, buscando sin des
Elara se mantiene en silencio, su mente aún atrapada en la historia que el rey Aleron le ha relatado. Cada palabra, cada detalle se graba en su memoria como fuego ardiendo en su piel. Quiere negar la verdad de lo que ha escuchado, deshacerse de la inquietante posibilidad de que todo sea real. Pero el reflejo en el lago la noche anterior la persigue: sus propios ojos brillando con un resplandor blanco, la luz de la Superluna revelándose en su interior. Eso solo puede significar una cosa: su hermana también debió pasar por lo mismo. Alice está cerca de regresar. Levanta la vista y encuentra a los cuatro hombres frente a ella, los SuperAlfas que, según la historia, nacieron con unos ojos ámbar brillantes. Esos mismos ojos que aún la atormentan en sus recuerdos, los mismos que vio la pasada noche en que su madre murió. Su pecho se aprieta con una furia latente. Uno de ellos… uno de estos hombres es el asesino de su madre. Aprieta la mandíbula, sintiendo la tensión recorrer su cuerpo. S
Elara camina junto a Matías por los pasillos del palacio, dirigiéndose a los aposentos de la Madre Luna. A cada paso, su mente sigue atrapada en la conversación con el rey Aleron, en todo lo que ha descubierto y en lo que aún le cuesta aceptar. Su cuerpo está en movimiento, pero su mente sigue repasando una y otra vez la historia que él le ha contado.Al llegar al salón del piano, nota que este es negro. Claro, lo recuerda: tras subir las escaleras, no giraron a la derecha, sino a la izquierda. Eso solo puede significar una cosa: hay dos salones con piano. El eco de sus pasos resuena en las altas paredes decoradas con esmero. Todo parece una réplica exacta en cuanto al diseño y la disposición de las esculturas, salvo por un detalle: el color del piano. La suave luz matinal se filtra por los ventanales, tiñendo las esculturas y las pinturas con un resplandor dorado que otorga al lugar una atmósfera solemne y casi sagrada.Siguen avanzando hasta el lado izquierdo del salón, donde se abre
Elara recorre la habitación con la mirada, sintiendo cómo la curiosidad le cosquillea bajo la piel. Si hubiera un pasadizo secreto aquí, ¿dónde estaría? Sus ojos se detienen en el gran armario de madera oscura, alto y robusto, con tallados antiguos en las puertas. ¿Podría una de esas tablas esconder una entrada? Luego, observa la alfombra tejida a mano que cubre parte del suelo; tal vez debajo de ella haya una trampilla. Se fija en la chimenea de piedra que apenas calienta la estancia. ¿Y si uno de los ladrillos, al presionarlo, activa un mecanismo? También contempla el tocador cubierto de frascos y perfumes, preguntándose si algún espejo se desliza para revelar algo más. Incluso la cortina pesada que cae desde el techo al rincón izquierdo le parece sospechosa por un instante. Este lugar parece construido para guardar secretos…, y ella no puede evitar sentir que, en cualquier momento, las paredes podrían abrirse y mostrárselos.—No está en esta habitación —dice Evelyn, interrumpiendo
Elara observa en silencio a la mujer que se sienta junto a ella, al borde de la cama. Evelyn mantiene los dedos entrelazados sobre el regazo, la mirada perdida en algún punto invisible, con una expresión ausente, casi melancólica. En ese instante, Elara lo comprende: Evelyn no está aquí por deber… está aquí por amor. Ella no. Ella está aquí porque fue arrancada de su mundo, arrastrada entre sombras y secretos, y ahora se aferra a esta venganza como única razón para respirar. No vino a buscar esposo, ni redención. Se quedó para descubrir quién asesinó a su madre y para hacerle pagar… de la peor forma. Ese escondite, ese pasadizo oculto bajo el palacio, no es un simple refugio. Es parte de su estrategia. Un lugar desde donde podrá observar sin ser vista. Planificar y concentrarse en sus estrategias, para luego atacar sin previo aviso. —No entiendo del todo —dice de pronto, rompiendo el silencio—. ¿Qué diferencia hay entre una Madre Luna y una SuperLuna? Evelyn gira el rostro hacia e
Badru mantiene la mirada fija en ella, con esa intensidad serena que parece desnudar el alma. Su voz grave rompe el silencio con una certeza que pesa.—Te conozco bien, Elara. Lo suficiente para saber que llevas mucho rencor en el corazón. Está en tus ojos. Esa mirada… llena de venganza.Elara no se inmuta. Esa acusación no le resulta extraña, ni mucho menos incómoda. Ya lo había admitido frente al rey Aleron. Y lo volvería a decir, una y mil veces si fuera necesario.—No me detendré hasta hacerle pagar a quien mató a mi madre —declara, con una firmeza helada.Badru asiente con lentitud, sin apartar la vista de su rostro.—Bien. Me parece justo —responde, sin juicio ni temor en la voz—. Soy un soldado de guerra, Elara. Sé reconocer cuando una batalla apenas está comenzando. Y esta tuya… apenas ha dado el primer paso. Si necesitas aliados, cuentas conmigo.Ella lo observa con cautela, tanteando el terreno invisible entre ellos. Las palabras que pronuncia a continuación no buscan ofende
Elara recuerda. No como quien repasa un sueño, sino como quien atraviesa un umbral.La escena le llega nítida, cargada de un perfume que no pertenece al presente: jazmines nocturnos y hierba húmeda, mezclados con la vibración grave del mundo antiguo. El campo está cubierto de flores blancas, pero el cielo ha cambiado su curso, tiñendo los pétalos de un rosa etéreo. Una luna de sangre se alza, redonda y cruel, iluminando el mundo con una claridad encantada.Frente a ella —o más bien, frente a Elizabeth—, está Matías. Solo los dos, bajo ese fenómeno que obliga a los licántropos a despojarse de toda mentira. Bajo la luna de sangre, ningún corazón puede ocultar su verdad. Por eso él la ha llevado allí. Para hacerle una petición. Para que ella pudiera preguntarlo todo… antes de decir que sí.—Quiero que seas mi reina —dice Matías, con la voz más serena que ella haya escuchado nunca—. Pero más que eso, quiero que me permitas ser tu rey. No por título, no por rango…, sino por amor.Elizabeth
Año 1890 La noche se viste con un manto azul profundo, y el cielo de Australia se transforma en un lienzo de luz mágica y sobrecogedora. Sin previo aviso, un fenómeno lunar sin parangón se desvela: una superluna azul se eleva en todo su esplendor, bañando el mundo con un resplandor radiante. Su presencia es un espectáculo raro y majestuoso, desplegando matices plateados y azules que parecen susurrar secretos antiguos al viento. En su fase más grandiosa, la luna derrama una luz luminosa y suave que acaricia cada rincón del paisaje, convirtiendo el bosque y las colinas en un tapiz vibrante de sombras y destellos. Bajo este cielo inusual, una pequeña cabaña de madera se encuentra aislada en la serenidad del campo. Las paredes de la cabaña, de madera envejecida y rugosa, parecen abrazar la luz lunar, reflejando un brillo cálido, casi sagrado. En el corazón de esta cabaña, una madre se encuentra en las últimas etapas de un parto arduo. A su lado, una partera de rostro sereno y manos expe