18. La espada y la mirada
Elara no sabe en qué momento se quedó dormida. Solo percibe la luz tenue del amanecer filtrándose entre las pesadas cortinas, proyectando sombras doradas que se deslizan por el techo alto de la habitación. Por un instante, todo parece irreal. Demasiado suave. Demasiado quieto. Como si el mundo aún no hubiera despertado del todo.
Se incorpora con cautela, como si temiera que un solo movimiento rompiera la ilusión. Desliza las piernas fuera de la cama y, al posar los pies en la alfombra mullida, su primer impulso es buscarlo. Damián. Mira hacia el balcón, con el corazón saltándole apenas perceptiblemente en el pecho. Se acerca, cruza las cortinas aún abiertas de par en par…, pero el árbol está vacío. No hay señales de él. Ni sombra. Ni rastro. Solo el murmullo del viento entre las hojas.
Suspira, conteniendo una sensación de desilusión que no quiere reconocer.
Al abrir la puerta principal de la recámara, tres sirvientas la esperan en fila, vestidas con sobriedad, el cabello recogido y l