16. Un culpable más
La noche tiembla en un silencio espeso, cortado solo por el susurro insistente del viento. El cielo, denso y oscuro, se derrama sobre el balcón, donde dos figuras se enfrentan bajo la mirada muda de la luna. Sus ojos se clavan con la fuerza de lo no dicho, de lo que arde por salir.
Elara, de pie en el umbral, lleva una bata blanca que se agita con cada ráfaga, como si también ella estuviera hecha de niebla y de ira. El cabello suelto le golpea el rostro, pero no parpadea. No tiembla. La furia la mantiene firme, de pie, como si una tormenta ocurriera dentro de ella.
Frente a ella, Damián. Viste su gabardina larga de tela gruesa y oscura, desabotonada, con detalles sobrios que el viento sacude con insistencia. La camisa negra, cerrada hasta el cuello, realza la palidez de su piel. Permanece quieto, con la mirada fija en la de Elara, tensa, sostenida, como si buscara leer cada pensamiento antes de que ella los pronuncie. Bajó del árbol en el instante en que la puerta se abrió, y ahora