La reunion

Mis uñas se clavan en las palmas cuando veo a Sofía salir de la oficina de Jesús con esa sonrisa de gata que atrapó al canario. Una copia del informe —mi informe— brilla azul bajo sus uñas perfectamente manicuradas.

—Camila.

La voz de Jesús me hace saltar. Él está ahí, de pie frente a mi escritorio, con mi carpeta en sus manos. Su corbata —azul cielo hoy— está ligeramente torcida, como si se hubiera ajustado nervioso antes de acercarse.

—Sofía me entregó tu contrato —dice, y hay algo en cómo pronuncia "tu" que hace que mi estómago dé un vuelco—. Quedó perfecto.

Sus ojos —esos ojos que parecen ver siempre más allá de mis mentiras— no me dejan mirar hacia otro lado.

—Quiero que seas tú quien se lo presente al cliente —continúa, extendiendo la carpeta hacia mí—. Junto con el departamento legal.

Nuestros dedos se rozan al pasar el archivo. Un contacto mínimo, casi imperceptible, pero suficiente para que un escalofrío recorra mi espalda. Esa misma electricidad que sentí en el sueño, pero ahora real, tangible, peligrosa.

Desde la puerta, Sofía observa la escena con los labios apretados en una mueca de resentimiento. Sus ojos verdes brillan con malicia cuando Jesús se da la vuelta sin mirarla.

—La reunión es a las tres —me dice solo a mí, con un tono que no usa con nadie más—. Prepárate.

(...)

A la mañana siguiente, mi reflejo en el espejo del baño de empleados parece un extraño.

—¿Qué demonios estás haciendo, Camila? —susurro mientras aplico una capa de rímel que nunca uso.

El vestido —azul marino, como su corbata de ayer— me ajusta en lugares que normalmente oculto. El perfume —su fragancia, pero en versión femenina— huele a traición y desesperación.

Mis manos tiemblan al aplicar un toque de brillo labial. ¿Cuándo empecé a prepararme para él y no para la reunión?

El sonido de mi teléfono me sobresalta. Un mensaje de Andrea:

"Jesús preguntó por ti. Dos veces. Mueve el culo. Sofía está que echa humo."

Una sonrisa tonta se dibuja en mis labios antes de que pueda detenerla. Luego, la culpa y la vergüenza.

Es mi jefe, me dobla la edad, es casado.

Pero cuando salgo del baño, hay una taza de café esperándome en mi escritorio.

Alzo la vista hacia su oficina. Él está de pie junto al ventanal, hablando por teléfono, pero su mirada está clavada en mí. Como si hubiera estado esperando este momento. Como si supiera exactamente lo que estoy pensando.

Roberto pasa a mi lado y silba.

—Vas muy arreglada para una simple reunión, ¿no?

—Es un cliente importante —murmuro, ajustándome el escote que de pronto siento demasiado revelador.

—Claro —responde con una sonrisa cómplice—. Muy importante.

Cuando camino hacia la sala de juntas, siento mi celular vibrar en el bolsillo. Un mensaje de un número registrado:

"El azul te queda bien."

Mi corazón late tan fuerte que temo que todos puedan oírlo. ¿Cuánto tiempo lleva observándome? ¿El vestido será demasiado?

Al doblar la esquina, casi choco con Sofía.

—Qué casualidad —dice, mirando mi vestido con desprecio—. Parece que hoy ambas quisimos impresionar.

Su perfume —más bien colonia barata— me envuelve, pero es su sonrisa lo que me congela. Sabe algo. O cree saberlo.

—Solo soy profesional —respondo, esforzándome por mantener la voz estable.

—Claro —susurra, acercándose tanto que su aliento me golpea la mejilla—. Tan profesional como cuando revisaste sus correos anoche.

Mis venas se llenan de hielo. ¿Cómo lo supo? ¿Se lo dijo él?

Antes de que pueda responder, la voz de Jesús resuena detrás de nosotras.

—Señorita Camila, el cliente nos espera.

Su mirada pasa de Sofía a mí, deteniéndose en mi labio inferior, donde el labial aún brilla. La envidia se come a Sofía, puedo verlo en su rostro.

—Después de ti.

Y aunque sus palabras son formales, su tono —bajo, íntimo— me dice que esto está lejos de terminar.

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