Capítulo 5.

Por supuesto que sabía quién era el Rey de Helen.

Había escuchado historias de terror sobre él durante meses, porque como la futura Luna del reino vecino, era mi obligación tomar “clases de etiqueta” sobre realeza extranjera para no ofender a nadie que pudiera… bueno, tomar a su ejército y marchar para tomar nuestros cuellos.

¿Y adivinen quién encabezaba esa lista?

Exacto. Kryos Draven.

El rey al que los lobos temían mirar a los ojos. El que supuestamente había arrancado la garganta de un par de lobos mensajeros solo por llevar la correspondencia de sus amos inconformes con los impuestos de sus territorios. Un rey que, según los rumores, no dudaba en aplastar costillas con sus propias manos para obtener la verdad. Y aunque no sabía cuánto de aquello era real, su presencia frente a mí era suficiente para entender por qué todos temblaban al pronunciar su nombre.

Cruel.

Despiadado.

Un depredador silencioso que no necesitaba gritar para imponer respeto.

Y, demonios… demasiado atractivo como para ser real.

—Yo… —comencé, tartamudeando como cachorra.

Jason me interrumpió antes de que metiera la pata hasta el fondo.

—Es hija del hombre que me acogió —dijo rápido—. Mi mejor amiga. E iba a ser la siguiente Luna del reino.

El Rey Kryos me examinó de pies a cabeza. Su mirada era lenta, meticulosa, casi quirúrgica. No era como la del esclavista Xander, aquella mirada sucia que me había hecho sentir asqueada. No.

La de el rey Kryos era diferente.

Más peligrosa.

Más profunda.

Como si pudiera destripar mi alma con solo observarla.

Y lo odiaba.

Porque no solo era intimidante…

Era jodidamente hermoso.

Pelo negro, ligeramente ondulado, cayéndole sobre la frente en mechones desordenados que no restaban nada a la perfección de su rostro anguloso. La línea de su mandíbula bien marcada, un par de labios serios, tensos, y esos ojos grises… santos espíritus lunares, grises, como una tormenta a punto de romperse.

No era justo.

Ningún rey peligroso tenía derecho a ser tan devastador.

—Ese “iba” —pronunció el rey Kryos, su voz ronca, profunda, casi un gruñido controlado, me hizo salir de mis ensoñaciones— es por algo relacionado con la masacre de la familia real, ¿cierto?

Parpadeé sorprendida porque ya estuviera informado sobre ello.

Jason se encogió de hombros.

—Quieren inculparla por ello.

El rey Kryos no dejó de mirarme durante todo el intercambio. Casi podía sentir su atención quemándome la piel. Como si pudiera ver mis miedos, mis culpas, mis heridas, mis pensamientos más vergonzosos.

Perturbador.

Peligroso.

Suspiré internamente.

Me gustaban demasiado los machos peligrosos.

Mi loba, Lena, se encontraba aún débil pero sé que estaría de acuerdo conmigo en esto.

El rey bufó sin humor.

—Débil, con miedo de su propia sombra... Solo hay que verla para saber que no tiene lo que se necesita para asesinar a nadie.

No me ofendía. Al menos no mucho.

Todos podían ver que era inofensiva.

Bueno…

Todos excepto mi próxima pareja.

¿O ex-próxima pareja?

Jason habló.

—Yo también lo creo. Desgraciadamente, el nuevo rey no opina lo mismo.

El rey Kryos se cruzó de brazos. El movimiento tensó los músculos de su torso, marcando un poder puro bajo su ropa negra.

No estaba salivando. No era momento para ello.

—Entonces hay un cachorro idiota en el trono —dijo sin suavidad alguna—. No me sorprendería que su reino sucumbiera con él a cargo. —Gruñó—. Y cuando eso suceda, tendremos problemas en nuestras fronteras.

Jason asintió.

—Por eso me he atrevido a regresar. Le debo a su familia más de lo que podré pagar nunca. Así que al menos espero que le otorgues un sitio seguro donde esconderse.

Gruñó.

El sonido reverberó en mis huesos.

—¿Te has vuelto estúpido, Jason? Ocultar a la próxima Luna de su reino, buscada por alta traición y fuga… es una declaración de guerra. Sabes que no puedo permitirme luchar en dos frentes.

Jason negó frenéticamente.

—No te pido que la escondas en el castillo. Solo dale una de esas casas que usan tus espías para no morir de frío en las montañas del norte.

Lo miré, horrorizada.

¡¿Las montañas del norte?!

Solo había un nombre para ese lugar: Los laberintos helados de la muerte.

Montañas enormes, cuevas congeladas, temperaturas que podían matar en cuestión de minutos.

Sí, eran importantes para minas y piedras preciosas…

Pero yo no quería buscar joyas.

Quería vivir.

Quería seguir teniendo trasero y no que se congelara hasta caerse.

Me aclaré la garganta.

—Gracias por su tiempo, majestad —logré decir en un chillido aterrorizado—. Me temo que ha habido un malentendido. Si me lo permite, saldré de su reino tan pronto como…

Ambos lobos me gruñeron.

Yo parpadeé como idiota.

Jason puso su mano en mi hombro. Me encogí. No por la fuerza, sino porque la piel de mi espalda aún estaba sensible desde mi estancia en el calabozo.

Su mano no se retiró enseguida, y solo comencé a sufrir en silencio.

—Bien —continuó—, si no puedes ayudarla, al menos permítele transitar por el reino y dirigirse hacia Nimer. La escoltaré hasta la frontera y no te molestaremos…

—Loba —cortó.

Mi corazón se detuvo un segundo.

Levanté la mirada lentamente.

—¿Estás herida?

Tragué saliva, sorprendida por su... ¿Preocupación?

—Estoy… bien.

En un segundo lo tenía frente a mí. No lo vi moverse. Solo apareció. Y si Jason no hubiera extendido el brazo, me habría hecho retroceder.

El rey aspiró mis ropas, su ceño fruncido.

—Quédense aquí.

Salió sin dar más explicaciones.

Miré a Jason con una ceja arqueada.

—No es momento, Wen —murmuró sin apartar su vista de la puerta—. Más tarde te diré todo lo que quieras saber.

Regresó un minuto después con dos capas negras con capuchas. Las arrojó sin delicadeza.

—Usen esto y vámonos. Es un largo camino hacia el castillo.

Parpadeé.

¿Qué?

¿El… castillo?

Jason suspiró, aliviado.

—Gracias, padre.

Kryos Draven salió de nuevo sin darnos otra mirada.

Yo me quedé clavada en el suelo.

—Nos ayudará— murmuró Jason—. Vamos, antes de que cambie de opinión.

Y yo no sabía si quería eso.

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