Capítulo 6.

No había pasado ni un minuto desde que Jason y yo salimos del sitio del traficante cuando sentí el frío metal de dos espadas contra mi cuello. No tuve tiempo de suplicar por mi vida: una voz profunda, seca y poderosa mandó bajar las armas.

—Bajen sus aceros. Súbanlos al caballo.

Me levantaron como si fuera un costal de papas y me acomodaron delante de un hombre cuyo rostro no pude ver. Mi cuerpo estaba tan rígido que apenas respiraba. En cuanto me sujetó por la cintura para estabilizarme, partimos entre la oscuridad del bosque.

El trasero me dolía como si me estuvieran golpeando a cada trote, pero no solté ni un quejido. ¿Para qué? No sabía ni quiénes eran ni qué querían conmigo. Y si algo había aprendido en los últimos días, era que hablar sólo atraía más problemas.

Cabalgamos horas. Cuando finalmente se detuvieron en un claro para cambiar los caballos, pensé que podría caminar un segundo para estirar las piernas… ja. Me subieron a otro caballo igual de bruto, como si fuera una
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