60.
AURORA
Líneas finas rojas marcan su pecho, la sangre brilla entre ellas como si no doliera, o tal vez lo hace, pero no es nada comparado con lo que su corazón siente.
Mi propio corazón duele, mi pecho se oprime al verlo herido, sufriendo así como yo lo hago.
Aprieto mis manos a los costados, soltando ligeramente el aire que mantenía reprimido. No podía negar esto, lo que sentía por él, por ambos.
Su mano sigue extendida, enorme, mortal, una que me atrevo a tomar, sintiendo su delicadeza al sostenerme para atraerme a él.
Su calor me envuelve de inmediato, brindándome un ligero alivio a las sensaciones que me consumen por dentro.
Toco sus heridas, pasando mis dedos por ellas, viendo cómo estas comienzan a cerrarse mientras su pecho vibra.
Lo estaba aceptando, esto, un vínculo que no sabía si era verdad o una hermosa mentira en la que quería creer.
—¿Te duele?—pregunté en voz baja, aún mirando su pecho, sintiendo entre mis dedos cada fina hebra de su pelaje oscuro.
«No, ya no du