AURORA

Me habían sacado de aquella sala cuando la última paleta fue levantada y nadie más se atrevió a alzarla de nuevo.

No vi quién era ahora mi nuevo dueño; no pude ver nada más que las sillas rotas y las alfombras rasgadas.

Caminamos todas de regreso por el mismo pasillo. La mayoría mantiene la cabeza baja, con expresiones tan desoladoras que es difícil de ver.

No sabemos exactamente qué será de nuestro futuro ahora, aunque supongo que no hay que adivinarlo.

Solo somos juguetes sexuales, utilizadas a placer hasta que se aburren, y ahí sí, nuestro destino será incierto.

Me abrazo tratando de cubrir la desnudez que esta tela negra no me brinda. La piel me arde y cada roce se vuelve más insoportable. Mi respiración se hace más pesada; muerdo mis labios para contener lo que ahora estoy sintiendo.

Fuego, fuego puro que necesita ser extinguido.

—Muy bien, señoritas, aquí serán preparadas para la siguiente parte. No se preocupen por lo que ahora sienten…— la madancita fijó su mirada en mí