40.
AURORA
Habíamos salido temprano del palacio, dejando atrás sus enormes muros y sus altas torres.
Una hilera de autos negros nos sigue, guerreros a la disposición del Rey o, más bien, de mí. No tenía que ser tan ciega para ver que ellos siempre me seguían con los ojos.
Como si fuera algo demasiado frágil que cuidar.
"O demasiado valioso", habló la pequeña voz de mi mente.
Miré a Kayne a mi lado; leyendo algunos documentos, se mantenía tranquilo, sereno, pero cuando sus ojos se encontraban con los míos, mostraba algo más que no podía atrapar.
Viajamos por horas, entre paisajes cambiantes, hasta que llegamos a uno que, por alguna razón, me hizo sentir… inquieta.
El cielo poco a poco se iba oscureciendo, los autos bajaron la velocidad y los árboles que cubrían nuestro entorno tenían un aspecto extraño.
Más que extraño, diría que enfermo. Sus ramas grumosas se retuercen; las hojas verdes tienen pequeñas líneas negras, como veneno fluyendo sobre ellas.
—¿Dónde estamos?— pregunté.