39.

KAYNE

Sabía que era un riesgo lo que había hecho; darle de mi sangre para que sanara no era un acto prudente, y mi propia madre me lo dejó muy en claro cuando quiso golpearme en la cabeza.

"Estás loco, no puedes hacer eso. Ella es humana, no tiene una loba que pueda ayudarla a procesar tu sangre", me había dicho, persiguiéndome por toda la oficina con algún objeto en la mano.

Pero, aun así, lo hice: solo unas gotas de mi sangre en sus labios cada vez que la veía dormir con el ceño fruncido por el dolor.

Su respiración siempre era trabajosa; cada vez que abría los ojos, me dolía ver todo lo que estaba sufriendo porque yo mismo podía sentirlo.

Alioth siempre estuvo atento, sintiendo los latidos de su corazón a través del nuestro. Era lo único que evitaba que toda esa rabia lo consumiera.

Y cuando por fin pudo salir del hospital, había una ligera sonrisa en sus labios.

Eso, para mí, fue todo; su felicidad siempre va a ser la mía.

Sin embargo, había hecho cambios, demasiados cambio
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