—Marcos, tengo algo que decirte —dijo Isabella con firmeza, apenas él cerró la puerta de su oficina tras ella.
—¿Qué pasa? —preguntó él, dejando el bolígrafo sobre la mesa.
—Si vamos a seguir con esto… —comenzó ella, tragando saliva— Si vamos a seguir siendo lo que somos… amantes, o lo que sea esto… entonces no podemos reclamarnos nada.
La frase quedó flotando como una sentencia entre los dos. Marcos la miró con intensidad, sin moverse, como si cada palabra que ella decía estuviera escrita con fuego.
—Tú tienes un compromiso, y yo también. Ambos hemos hecho lo mismo —continuó Isabella con la voz más firme de lo que sentía—. Ocultamos. Callamos. Fingimos. Así que no tenemos derecho a celos, reproches, ni escenas.
—¿Estás segura? —preguntó él en voz baja, casi como si temiera la respuesta.
—Más segura que nunca —asintió ella—. Porque si no nos ponemos límites… esto va a terminar destruyéndonos.
Marcos se levantó lentamente, rodeando el escritorio, hasta quedar frente a ella. El aire se