La noche había caído como un manto espeso sobre la ciudad. Las luces de los edificios centelleaban entre el humo de los carros, mientras el silencio en la oficina de Marcos era apenas roto por el sonido del cristal de su vaso golpeando la superficie de su escritorio.
—Idiota… —murmuró para sí mismo, sirviéndose otro trago de whisky, el tercero… o tal vez el quinto. Había perdido la cuenta.
El informe de Isabella estaba allí, perfectamente hecho, entregado incluso antes de lo que él había pedido. Como todo lo que ella hacía: impecable, eficiente, sin excusas. Pero no podía olvidar su mirada. Esa manera en la que lo enfrentó, esa forma de hablarle sin miedo… Y sobre todo, esa sonrisa que ella había tenido después de hablar con Fernando.
Volvió a llenar el vaso. Se apoyó contra el respaldo de la silla de cuero y cerró los ojos, sintiendo la rabia subirle por el pecho. No era solo enojo. Era algo más. Algo que ni siquiera el alcohol lograba adormecer.
—¿Con quién te crees que estás jugand