El salón de reuniones de la Galería Ravanello ocupaba todo el último piso de un edificio con historia en el corazón de Milán. Las paredes estaban revestidas en madera oscura y detalles dorados; las lámparas colgaban como joyas de cristal tallado, y las largas ventanas permitían que la luz natural bañara la sala con un resplandor cálido y elegante. Todo allí hablaba de clase, de poder, de dinero… y de juego fino.
Marcos y Isabella llegaron juntos, pero no demasiado cerca. Él vestía un traje negro impecable, camisa blanca y una corbata gris que acentuaba sus facciones serias. Ella, en cambio, llevaba un conjunto en tonos marfil y azul noche: un pantalón de corte alto, blusa de seda ligeramente cruzada en el escote, el cabello recogido con firmeza y un maquillaje sutil que resaltaba sus ojos. Se veía profesional, elegante… e inalcanzable. Justo como quería.
El equipo de inversores ya estaba instalado. El ambiente olía a café recién servido y a tensión contenida. Los representantes de Rav