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Capítulo 4: Un nuevo comienzo.

El avión aterrizó suavemente en la pista, con ese leve temblor que marcaba el fin de un viaje… o el inicio de otro. El anuncio de la llegada resonó en la cabina, pero Isabella apenas lo escuchó. Sus dedos se aferraban al borde del asiento, mientras su mirada seguía clavada en la ventanilla, donde la silueta de su país natal comenzaba a definirse bajo la bruma del amanecer.

Habían pasado tres años desde que se fue con el corazón hecho trizas, con la promesa de no volver hasta reconstruirse. Tres años desde que aprendió a respirar sin depender de nadie. Ahora, al ver esa tierra que un día la vio caer, un nudo se le formaba en la garganta. Era como regresar al escenario de una batalla que casi la destruye… pero esta vez, ella volvía de pie.

Ya no era la muchacha rota que salió huyendo de la humillación. Era una mujer distinta. Más fuerte, más segura, más suya. Había llorado lo suficiente, se había perdonado, y sobre todo, había aprendido a no mendigar amor ni explicaciones.

Llevaba en la maleta sus títulos, sus logros, sus cicatrices… y también una nueva esperanza. No venía a buscar revancha. Venía a demostrar —aunque fuera solo para sí misma— que había ganado la guerra más importante: la de encontrar su propio valor.

A su lado, Sofía dormía recostada sobre su hombro. A sus diez años, la pequeña había crecido con una gracia admirable. Durante estos años en el extranjero, Isabella se aseguró de que tuviera la mejor educación y una infancia feliz. La sostuvo con fuerza y acarició su cabello con ternura. Había prometido protegerla y lo había cumplido.

Al bajar del avión, Isabella ajustó su abrigo y tomó la mano de su hermana, guiándola hacia la salida. En cuanto cruzaron las puertas de llegada, un rostro familiar apareció entre la multitud. Victoria estaba allí, elegante como siempre, pero con una calidez en los ojos que solo reservaba para ellas.

—¡Isabella, mi niña! —exclamó Victoria, abriendo los brazos.

Isabella sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Se apresuró a abrazarla con fuerza, sintiendo el cariño genuino de aquella mujer que, de alguna manera, había sido como una madre para ellas así estuvieran lejos.

—Te he extrañado tanto —susurró Isabella contra su hombro.

Victoria se separó solo para mirarla mejor. Su expresión reflejaba orgullo.

—Mírate, te has convertido en una mujer maravillosa. Sabía que lo lograrías.

Sofía también se lanzó a los brazos de Victoria, quien la recibió con igual calidez.

—¡Has crecido tanto, pequeña! —dijo con una sonrisa—. Estoy segura de que Isabella te ha cuidado bien.

—Siempre —respondió Sofía con una sonrisa infantil.

Victoria tomó ambas manos de Isabella y Sofía y las guió hacia la salida.

—Tengo algo para ustedes —dijo con entusiasmo—. Un lugar donde podrán estar cómodas y donde podrán comenzar de nuevo.

El auto negro las esperaba en la puerta. Durante el trayecto, Victoria les habló sobre la casa que había preparado para ellas. Isabella la escuchaba con atención, sintiendo cómo su corazón se llenaba de gratitud.

Cuando llegaron, la fachada de la casa se alzaba con elegancia. No era solo un lugar para vivir, era un nuevo comienzo. Isabella sostuvo la mano de Sofía y, con una sonrisa, cruzaron juntas la puerta de su nuevo hogar.

La brisa nocturna se filtraba por la ventana de la elegante casa que Victoria había preparado para Isabella y Sofía. La joven se acomodó en uno de los sofás de la sala mientras observaba a su hermana pequeña, quien jugaba con una muñeca sobre la alfombra.

Victoria, sentada frente a ella, servía una taza de té con movimientos pausados. Observó a Isabella con detenimiento, como si intentara descifrar sus pensamientos.

—Mañana comienzo a trabajar —anunció Isabella con una leve sonrisa.

Victoria alzó la vista y arqueó una ceja con escepticismo.

—¿Trabajar? ¿En dónde?

—En una de las empresas más importantes de la ciudad. Buscaban una asistente con excelente formación y, al parecer, mi currículum destacó entre los demás.

Victoria entrecerró los ojos, dejando la taza sobre la mesa de cristal.

—No entiendo por qué quisieras ser asistente, Isabella. Con tu preparación podrías optar por un puesto mucho más alto.

—Lo sé, pero creo que es una gran oportunidad. Me permitirá ganar experiencia de cerca con un CEO influyente.

Victoria suspiró, cruzando los brazos.

—Sigo sin entenderlo. No necesito que trabajes, puedo ofrecerte cualquier posición que desees. No quiero que alguien te trate como si fueras menos de lo que eres.

—No se trata de eso —replicó Isabella con calma—. Quiero hacer mi propio camino, sin depender de nadie.

Victoria la observó durante unos segundos y sonrió con resignación.

—Está bien, si es lo que quieres. Pero prométeme que si algo no está bien, me lo dirás.

—Lo prometo.

—Entonces, cambiemos de tema. Cuéntame, ¿qué nombre tiene ese CEO?

Isabella abrió la boca para responder, pero Victoria levantó una mano, deteniéndola.

—No importa —dijo con una sonrisa—. Mañana será un gran día para ti, así que mejor descansa.

Isabella asintió, sin notar la sombra de preocupación que cruzó por el rostro de Victoria. Mañana empezaría un nuevo capítulo en su vida, sin saber que el destino tenía sus propios planes para ella.

El gran edificio de acero y vidrio se alzaba imponente ante ella. Isabella respiró hondo y ajustó la correa de su bolso. Era su primer día como asistente de un CEO importante, y aunque estaba acostumbrada a manejar situaciones difíciles, no podía negar que había una leve inquietud en su pecho. No por el trabajo en sí, sino porque sabía que su desempeño debía ser impecable.

Al cruzar la entrada principal, fue recibida por la recepcionista, quien la condujo hasta el piso más alto, donde se encontraba la oficina del CEO. Las puertas de los ascensores se abrieron con un sonido metálico, revelando un espacio amplio, moderno y frío. Isabella no tuvo tiempo de apreciar los detalles, pues una mujer de cabello oscuro y semblante severo la recibió con una mirada crítica.

—¿Isabella Romano? —preguntó la mujer con tono seco.

—Sí, mucho gusto —respondió Isabella con amabilidad, extendiendo la mano. Sin embargo, la mujer solo asintió sin corresponder el gesto.

—Soy Laura, la secretaria del señor D'Alessio. Sígueme.

Isabella la siguió sin hacer preguntas, cruzando un pasillo hasta llegar a una imponente puerta de madera oscura. Laura tocó con los nudillos y, sin esperar respuesta, la abrió.

—Su nueva asistente, señor.

Isabella entró con la espalda recta y la barbilla en alto, preparada para presentarse, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta cuando sus ojos se encontraron con los del hombre detrás del escritorio. Su mirada gélida la analizó sin el menor atisbo de cortesía.

—Llega un minuto tarde —fue lo primero que dijo Marcos D'Alessio con una voz baja y cortante.

Isabella frunció levemente el ceño. Su reloj marcaba la hora exacta de su cita.

—Buenos días, señor. Creo que está en un error, llegué justo a tiempo —contestó con calma, sin bajar la mirada.

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