La noche había caído sobre la ciudad y la suite presidencial seguía iluminada por la luz suave de las velas. Marcos e Isabella permanecían abrazados en el gran sofá de la terraza, con el murmullo lejano de la ciudad y el eco distante de los fuegos artificiales aún presentes en sus oídos. El aire estaba cargado de una calma casi irreal, y sin necesidad de palabras, ambos compartían la certeza de que ese momento marcaría sus vidas para siempre.
Después de tanto tiempo de incertidumbre, de miedos y de errores, finalmente podían permitirse estar completamente juntos. La tensión que había existido entre ellos se había disuelto, reemplazada por una conexión profunda, intensa, y llena de ternura. Cada mirada, cada caricia, era un recordatorio silencioso de que habían superado el pasado, y que su amor ahora estaba construido sobre confianza, respeto y entrega mutua.
Marcos acariciaba el rostro de Isabella con delicadeza, observando cada detalle, cada línea de su expresión iluminada por la luz