La excursión había terminado, y la noche había caído sobre la ciudad. El atardecer envolvía las calles mientras Isabella y Sofía regresaban a casa, acompañadas por Leo y Fernando. Las luces de la mansión se veían a lo lejos, brillando cálidas y acogedoras entre la penumbra.
—Aquí estamos —dijo Leo, señalando la entrada—. Vamos a dejarlas, chicas.
Fernando asintió con una sonrisa—. Descansen y disfruten de la noche. Nosotros regresamos directo a casa.
—Gracias por acompañarnos —dijo Isabella con una sonrisa cansada, mientras las puertas del auto se abrían—. Fue un viaje muy especial.
—De nada —respondió Fernando—. Que tengan buena noche.
Leo y Fernando las dejaron frente a la entrada de la mansión, recogieron sus pertenencias y se alejaron rápidamente, dejando atrás solo el sonido del motor del auto y el eco de sus risas lejanas. Isabella respiró hondo antes de abrir la puerta, consciente de que la tranquilidad de la casa pronto se vería alterada.
Al entrar, ambas quedaron inmóviles. L