La lluvia caía suavemente sobre la mansión de Isabella, como si el cielo también compartiera la tristeza que ella sentía en su interior. Estaba recostada en la cama de su habitación, abrazando la almohada, dejando que las lágrimas fluyeran sin control. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones: confusión, dolor, resentimiento, y un amor que no podía ignorar aunque le hubiera hecho tanto daño. Cada recuerdo de Marcos la atravesaba como una daga, desde el momento en que lo conoció, hasta aquella noche en el restaurante donde descubrió la verdad. La traición del destino, el cruel juego del tiempo y del azar, la habían dejado destrozada y sin fuerzas.
De repente, su teléfono vibró sobre la mesa de noche. Isabella lo miró con desgano y un ligero temblor en las manos. No quería mirar, no podía soportar otro golpe, otro recordatorio de la persona que le había roto el corazón. Sin embargo, la curiosidad y el vínculo que los unía la obligaron a levantar el dispositivo. En la pantalla ap