El reloj de la cafetería marcaba casi las 10:00 am cuando Marcos se quedó en silencio, mirando fijamente el fondo de su taza vacía. Había tomado la decisión. Ya no podía seguir escondiéndose detrás del apellido, ni de la memoria de su padre, ni del silencio que lo había mantenido prisionero durante años.
Camilo lo observaba en silencio, viendo cómo su amigo parecía debatirse entre la calma y la tormenta. Hasta que, de pronto, Marcos habló con una firmeza que no había mostrado en mucho tiempo.
—Voy a darle la cara a esto.
Camilo arqueó una ceja. —¿A qué te referís?
Marcos se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa.
—A mi matrimonio. Voy a citar a mi esposa. Quiero hablar con ella, preguntarle qué puedo hacer para reparar el daño, así sea entregándole parte de mis acciones, pero necesito cerrar ese capítulo. Quiero divorciarme y poder estar con Isabella.
Camilo abrió los ojos, sorprendido. —¿En serio vas a hacer eso?
—Sí —respondió sin dudar—. No puedo seguir viviendo en est