El reloj marcaba las tres de la tarde y las luces cálidas del atardecer entraban por la ventana del despacho de Isabella. La joven se hallaba concentrada en revisar unos informes de ventas cuando, al estirar la mano para tomar su taza de café, vio que la pantalla de su celular se encendía con una notificación. El aparato había estado en silencio toda la tarde, así que apenas se percató de aquello, lo tomó con curiosidad.

Al deslizar el dedo por la pantalla, su corazón dio un vuelco. El mensaje era de Camilo. Frunció el ceño, confundida. ¿Por qué le escribía él? Apenas se hablaban lo necesario por asuntos de la empresa, y en ese instante no había ningún proyecto que justificara un mensaje tan personal. Con cierto temblor en los dedos, abrió el texto y comenzó a leer.

Sus ojos recorrieron cada palabra y el aire pareció escapársele del pecho. “ Hola. Sé que no quieres saber de mí, y lo entiendo. Mi tía Victoria me dijo que quieres el divorcio. Lo acepto. No podemos seguir así. Estoy disp