El aire en la oficina parecía haberse vuelto demasiado denso.
Isabella aún podía sentir el pulso acelerado de su corazón, el peso de la mirada de Marcos sobre ella, la distancia cada vez más corta entre los dos.
Trató de alejarse, pero algo dentro de ella —esa parte que tanto había intentado reprimir— ya no pudo más.
Lo tomó del cuello con ambas manos, con los ojos encendidos por una mezcla de ira, miedo y deseo, y lo besó.
Fue un beso intenso, inesperado, que desató todo lo que habían estado conteniendo por semanas.
Marcos respondió con la misma urgencia, como si por fin hubiera encontrado lo que buscaba.
Cuando ella logró separarse, respiraba con dificultad.
—Aquí no… —susurró, evitando mirarlo directamente—. No en la oficina.
Marcos la observó unos segundos, aún con el pecho agitado, y luego bajó la voz.
—Está bien —dijo, acercándose más—. Pero esta noche… esta noche no me digas que no.
Abrió el primer cajón de su escritorio, tomó un pequeño llavero plateado y un papel doblado.
—Aq