El sonido de los pasos del doctor retumbó en la oficina antes de que la puerta se abriera. Marcos se levantó de inmediato, volviendo a colocarse la máscara de frialdad que lo caracterizaba. Charlotte regresó justo detrás del médico, con el ceño fruncido y la mirada fija en Isabella, que seguía recostada en el sofá, respirando con dificultad.
—¿Qué ha pasado exactamente? —preguntó el doctor mientras dejaba su maletín sobre la mesa y se arremangaba la camisa.
—Se desmayó mientras trabajaba —respondió Charlotte, lanzando una mirada rápida hacia Marcos—. Llevaba un día enferma y así vino a trabajar.
El médico asintió sin perder el profesionalismo. Se inclinó sobre Isabella y comenzó a revisarla con cuidado. Le tomó el pulso, revisó su temperatura, y luego observó las ojeras marcadas que oscurecían su rostro.
Marcos permaneció de pie, inmóvil, con las manos en los bolsillos y los ojos fijos en la escena. Desde su posición, podía ver la fragilidad en el cuerpo de ella, los labios resecos, e