Fernando entró a la cocina con paso decidido, el silencio de la mansión contrastaba con el calor que emanaba de la estufa. Se colocó el delantal, se lavó las manos y comenzó a sacar los ingredientes con cuidado: zanahorias, apio, cebolla, hierbas frescas y un poco de pollo. Cada movimiento era meticuloso, como si cada gesto pudiera transmitir algo más que sabor; transmitía cuidado, atención y protección.
Mientras lavaba las verduras y las cortaba en pequeños trozos, un recuerdo empezó a abrirse paso en su mente, trayéndolo a otro tiempo y lugar. De repente se vio a sí mismo de niño, con Adrián, caminando hacia la casa de Marcos en una tarde soleada. Iban a jugar como siempre, llenos de risas y complicidad. Pero ese día, Marcos no parecía el mismo. Su andar era más lento, su rostro pálido, y Fernando sintió un leve escalofrío al recordar la preocupación que los invadió entonces.
Mientras colocaba las verduras en la olla que comenzaba a calentar, recordó cómo la madre de Marcos los habí