La noche caía lentamente sobre la mansión, y en la habitación de Isabella la luz cálida de la lámpara de escritorio iluminaba su rostro mientras revisaba mentalmente cada detalle del domingo. Sofía, emocionada, estaba a su lado revisando pequeñas cosas de su mochila, asegurándose de no olvidar nada para el paseo. La energía de su hermana contrastaba con la calma reflexiva de Isabella, que parecía sumida en pensamientos más profundos de lo habitual.
—Sofi, asegúrate de que Leo y Fernando sepan exactamente la hora —dijo Isabella, mientras organizaba mentalmente los tiempos y recorridos del día siguiente—. Quiero que todos lleguemos a tiempo y que nadie se retrase.
Sofía asintió, con esa energía que siempre la caracterizaba.
—Tranquila, Isa. Ya les mandé mensajes a los dos, y me dijeron que no habrá problema. —Su voz tenía un tono juguetón, pero con la responsabilidad que Isabella admiraba en ella—. Además, estoy segura de que Fernando está contando las horas para salir.
Isabella sonrió