El lunes amaneció con un cielo gris y cargado. Afuera, una ligera llovizna acariciaba los ventanales de la empresa, mientras adentro, el ambiente ya era denso, como si algo estuviera a punto de estallar.
Isabella Romano llegó puntual, como siempre. Vestía un conjunto sobrio, pero impecable. Su cabello recogido con elegancia, los labios en tono neutro y la mirada firme. Aquel encuentro nocturno frente a su puerta aún le daba vueltas, pero no iba a dejar que eso la desenfocara.
No otra vez.
Caminó por los pasillos sin titubear, saludó a quien debía y se dirigió a su escritorio. Apenas encendía su computador cuando la voz de Charlotte, la secretaria personal del CEO, la hizo girar.
—El señor D’Alessio la espera en su oficina. Dijo que es urgente.
Isabella parpadeó. ¿Otra vez?
Asintió en silencio y se levantó, respirando hondo. Tocó la puerta de cristal antes de entrar. Una voz seca y clara le dio paso.
—Adelante.
Marcos D’Alessio no se levantó de su asiento. Estaba de pie frente a la par