El silencio en la sala de espera del hospital era abrumador. Fernando y Marcos permanecían sentados uno al lado del otro, cada uno con una bata blanca sobre los hombros y las manos ligeramente temblorosas. La espera de los resultados de las pruebas de compatibilidad para donar un riñón a Adrián parecía interminable. Cada segundo estaba cargado de un peso insoportable, de la incertidumbre que los aplastaba con fuerza.
—No puedo creer que esto esté pasando —susurró Fernando, sus dedos entrelazados nerviosamente, como si sostenerlos le diera algo de control sobre su ansiedad—. Siempre pensé que si alguno de nosotros podía salvarlo… sería yo.
Marcos giró la cabeza hacia él, sus ojos serios y atentos, pero con un brillo de preocupación que traicionaba la calma de su rostro.
—No pienses así, Fernando —dijo con voz firme, intentando infundirle seguridad—. Lo importante es que estamos aquí, que estamos haciendo todo lo posible por él. Eso es lo único que importa ahora.
Fernando asintió, pero