El murmullo en la oficina no había cesado en todo el día. Isabella lo había sentido cada vez que atravesaba un pasillo: las miradas, los comentarios entre dientes, las sonrisas disimuladas. El eco de aquel agradecimiento inesperado de Marcos D’Alessio seguía resonando entre los empleados como si fuera un acontecimiento histórico.

Ella intentaba no darle importancia, pero cada palabra susurrada la perseguía.

"¿Escuchaste lo que dijo el jefe?"

"Increíble, reconoció a Isabella."

"Eso nunca lo hace."

Al final de la tarde, con el corazón latiendo con una mezcla de incomodidad y decisión, Isabella subió al último piso. Caminó por el pasillo que conducía a la oficina de Marcos, aquel espacio imponente donde solo los valientes se atrevían a entrar sin previa cita. Suavizó el golpe de sus tacones sobre el mármol y respiró hondo antes de llamar a la puerta.

—Adelante —se escuchó la voz profunda y firme de él.

Ella abrió y lo encontró detrás de su escritorio, revisando documentos con su eterna p