Sofía y Isabella estaban sentadas en la sala, la luz de la tarde iluminaba suavemente el lugar y el ambiente era tranquilo, pero cargado de esa sensación de confianza que solo ellas compartían. Isabella recostada sobre el sofá, todavía con algo de debilidad tras la fiebre, miraba el techo mientras Sofía se acomodaba a su lado, con una expresión decidida y tierna a la vez.
—Hermana —comenzó Sofía, con voz calmada pero firme—, ¿te has dado cuenta de cuánto se preocupa Fernando por ti? No solo hoy, cuando estabas enferma… siempre está pendiente, atento a cada detalle, incluso sin que tengas que pedirlo. Es un buen hombre, Isabella. De verdad, sería un gran esposo, si… si alguien como tú decidiera darle una oportunidad.
Isabella ladeó la cabeza, con una pequeña sonrisa forzada y un gesto de incomodidad.
—Sofía… no puedes decir esas cosas —respondió con un hilo de voz—. Recuerda que yo ya estoy casada. No… no es momento de pensar en eso.
Sofía frunció levemente el ceño, pero continuó, sin