La mañana entraba con suavidad a través de los ventanales de la oficina, filtrando la luz dorada que iluminaba los pasillos y los escritorios organizados con precisión. Isabella llegó con paso tranquilo pero firme, vestida con un conjunto elegante y cómodo que reflejaba profesionalismo y cuidado personal. Aunque todavía se sentía un poco débil por la fiebre que había tenido el domingo, su semblante mostraba determinación: necesitaba volver a la rutina, retomar su lugar en la oficina y enfrentar el día con normalidad.
Al entrar, el aroma del café recién hecho y el murmullo habitual de los asistentes le dieron la bienvenida. Isabella respiró hondo, tratando de dejar atrás los recuerdos de la fiebre, del cuidado de Fernando y de los sentimientos confusos que no podía compartir con nadie. Mientras caminaba hacia su escritorio, su mirada se encontró con Charlotte, quien ya la esperaba entre pilas de carpetas y agendas de reuniones.
—¡Isabella! —exclamó Charlotte, su voz mezclando preocupac