Sinopsis de “Sombras Eternas” Aurora Blackthorn siempre creyó que era una joven común viviendo una vida tranquila en el pequeño y melancólico pueblo de Blackwood Hills. Pero en su vigésimo primer cumpleaños, todo cambia cuando un desconocido de ojos rojos aparece en su camino, desvelando secretos enterrados en las sombras de su pasado. Aurora descubre que no es quien pensaba ser: es la última descendiente de un poderoso linaje de brujas, cuyo legado fue sellado para protegerla de fuerzas oscuras que aniquilaron a su familia. Damien Velkan, un vampiro milenario marcado por la traición y el dolor, ha estado buscándola durante años. Obligado por una deuda de honor y guiado por una profecía que une sus destinos, Damien se convierte en su protector. Pero su misión no será sencilla: la Orden de la Sangre Negra, una organización implacable, quiere usar el poder de Aurora para desatar un caos inimaginable. A medida que su magia despierta, Aurora debe enfrentarse a enemigos que acechan desde las sombras, descubrir la verdad sobre su linaje y aprender a confiar en Damien, un ser tan fascinante como peligroso. Entre la traición, el deseo y la batalla por la supervivencia, ambos se embarcarán en una lucha que no solo pondrá en juego sus vidas, sino también el equilibrio entre los mundos mágicos y humanos. En un mundo donde la oscuridad y la luz se entrelazan, Aurora deberá decidir quién es realmente y si está dispuesta a abrazar su destino… incluso si eso significa perder todo lo que ama.
Leer másCapítulo 1: La Marca del Destino
El amanecer despuntaba tímidamente sobre los suburbios de Blackwood Hills, un pequeño y olvidado pueblo donde el tiempo parecía avanzar más lento que en cualquier otro lugar. Aurora Blackthorn siempre había sentido que no pertenecía allí, aunque nunca había podido explicarlo. En el día de su vigésimo primer cumpleaños, esa sensación se hizo más fuerte, casi como una punzada persistente en su pecho. El aire estaba cargado con un extraño aroma a tierra mojada, aunque no había llovido. Aurora se despertó con el sonido de los grillos todavía resonando afuera. El sol apenas asomaba por las cortinas de su pequeño cuarto, y una sensación de vacío inexplicable se aferraba a su corazón. Siempre le gustaba levantarse temprano, pero hoy algo era diferente. No era el zumbido de los pájaros, ni el crujir de las tablas bajo sus pies. Era algo más profundo, algo que no podía ignorar. Aurora se detuvo frente al espejo que colgaba en su habitación, un viejo marco de madera que había sido de su madre adoptiva, y miró su reflejo con detenimiento. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su rostro pálido. Pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos. Normalmente de un gris profundo, esa mañana parecían casi… dorados. Era sutil, como si el color estuviera escondido tras una capa de sombras. Parpadeó, confundida, pero no desapareció. —Quizás estoy viendo cosas… —murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro. Intentó ignorar el escalofrío que recorrió su espalda y bajó las escaleras hacia la cocina. Su madre adoptiva, Helen, estaba preparando el desayuno como todos los días. Pero algo en el ambiente era diferente, cargado de una tensión que no sabía de dónde provenía. —Feliz cumpleaños, querida —dijo Helen con una sonrisa cálida, aunque sus ojos parecían ocultar algo. Aurora siempre había admirado la forma en que Helen intentaba ser fuerte, pero hoy notó algo que nunca antes había visto: miedo. —Gracias, mamá. —Aurora se sentó en la mesa, intentando disimular la inquietud que sentía. Sus dedos jugaban con el borde de su taza de café, mientras un nudo en su estómago se hacía más grande. Helen se inclinó para acariciar su cabello, pero su mano tembló ligeramente. Aurora la miró con ojos entrecerrados, pero decidió no preguntar. Algo le decía que hoy no quería respuestas. Mientras terminaba su desayuno, Helen dejó caer una frase que perforó el aire. —Hoy… hoy será un día especial, Aurora. Solo… prométeme que serás cuidadosa. Aurora frunció el ceño. —¿Por qué dices eso? —preguntó, pero Helen negó con la cabeza, como si hubiera dicho demasiado. La conversación quedó en el aire, como una nube oscura. El Giro: La Cicatriz Despierta Esa tarde, mientras paseaba sola por el bosque cercano a su casa, Aurora sintió que algo la observaba. Los árboles parecían más altos, las sombras más profundas. Era como si el bosque estuviera vivo, susurrando secretos que no podía comprender. De repente, un dolor agudo la atravesó desde el omóplato izquierdo. Se desplomó de rodillas, jadeando. —¿Qué diablos…? —dijo entre dientes, intentando alcanzarse la espalda. Con esfuerzo, se quitó la chaqueta y miró por encima de su hombro. Allí, donde siempre había habido una cicatriz en forma de media luna, ahora brillaba con un tenue resplandor dorado. Parecía moverse, como si estuviera viva. Aurora sintió que el mundo giraba, su respiración se volvió errática, y entonces lo vio. Un hombre estaba parado entre las sombras del bosque. Alto, con cabello oscuro y una presencia que parecía envolver todo a su alrededor. Sus ojos eran rojos como la sangre, pero no mostraban violencia, sino algo más… curiosidad. Aurora no pudo moverse; el miedo y la fascinación la mantenían congelada. —No te asustes, humana —dijo el hombre con una voz profunda que parecía vibrar en el aire. —¿Quién eres? —logró decir Aurora, su voz temblorosa. Él dio un paso adelante, y la luz del sol que se filtraba entre los árboles apenas tocó su rostro antes de que se desvaneciera, como si la luz misma le temiera. —Mi nombre no importa. Lo que importa es lo que eres tú. —Sus palabras estaban cargadas de un significado que Aurora no podía comprender. Ella retrocedió, pero su espalda chocó contra un árbol. El dolor en su cicatriz se intensificó, y el brillo dorado se expandió, iluminando el lugar como un faro en la oscuridad. —Eres la última de tu linaje, Aurora Blackthorn. Y hay quienes te buscan… quienes no se detendrán hasta encontrarte. Antes de que pudiera preguntar qué significaba todo eso, un rugido surgió desde las profundidades del bosque. Criaturas que apenas parecían humanas se lanzaron hacia ellos. El hombre se giró con rapidez inhumana, enfrentándolos con una violencia calculada. Aurora apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una de las criaturas la alcanzara, pero una fuerza desconocida brotó de su interior. Un destello de luz dorada los apartó, dejando a Aurora jadeando de rodillas. El hombre se giró hacia ella, sus ojos rojos ahora más brillantes. —Tu magia está despertando. Y no tienes idea de lo que acabas de desatar. Aurora lo miró, sus ojos dorados encontrándose con los suyos. En ese momento, supo que su vida jamás volvería a ser la misma.El amanecer pintaba el cielo con tonos dorados y carmesí, como si el universo mismo reconociera el peso de lo que acababa de suceder. La batalla había terminado. La Orden había sido erradicada. Pero lo que quedaba ahora era aún más trascendental. Aurora estaba sentada en la cama, envuelta en las sábanas mientras observaba a Damien, quien estaba de pie junto a la ventana, con la mirada clavada en el horizonte. Su silueta era la de un rey, un guerrero que había cruzado el infierno y regresado con algo más valioso que la victoria: un propósito. —Sigues pensando demasiado —murmuró Aurora, su voz suave pero firme. Damien giró lentamente, sus ojos escarlata brillando con intensidad. —No puedo evitarlo. Todo ha cambiado. Aurora apoyó una mano sobre su vientre, donde su hijo, su milagro, latía con vida. —Sí, pero no todo es malo. Damien cruzó la habitación en apenas dos pasos, inclinándose para colocar su mano sobre la de ella. El calor de su toque la envolvió, y en ese instante,
El campo de batalla olía a cenizas y muerte. La Orden había sido destruida, pero el precio había sido alto. Aurora yacía en los brazos de Damien, su cuerpo tembloroso, drenado por la cantidad de magia que había desatado. La luz dorada que había envuelto su piel se desvanecía poco a poco, dejando atrás solo el sudor perlado y la sensación de vacío.Damien no podía apartar la mirada de ella. Su mujer, su Aurora, su todo.—Aguanta, amor —susurró contra su frente, sosteniéndola con la misma reverencia con la que se sostendría a un milagro.Aurora intentó sonreír, pero sus labios estaban fríos.—Lo hicimos… —susurró con debilidad.Pero Damien sentía el miedo royéndole por dentro. La victoria no tenía sentido si la perdía a ella.Matilde llegó corriendo, su rostro marcado por la desesperación. Se arrodilló junto a Aurora y colocó las manos sobre su vientre.—El bebé… su energía está inestable.Damien gruñó, su ira aún burbujeando bajo su piel.—¿Qué demonios significa eso?Matilde lo miró c
El estruendo de los tambores de guerra resonaba en el horizonte. El cielo, ennegrecido por la energía oscura que emanaba de la Orden, se cernía sobre ellos como un presagio de destrucción. Aurora y Damien estaban en el frente, rodeados por sus aliados, con la mirada fija en la silueta de Eris, quien los observaba desde la colina con una sonrisa cruel. Aurora sintió cómo su magia respondía al peligro, burbujeando dentro de ella con una fuerza incontrolable. Su vientre palpitaba con energía, y por primera vez, sintió que el bebé dentro de ella también reaccionaba. Damien la miró de reojo, sus ojos rojos brillando con determinación. —Nos aseguraremos de que no viva para ver otro amanecer. Aurora asintió. Había llegado el momento. El Caos Desatado La batalla estalló como una tormenta. Flechas encantadas surcaron el aire, impactando contra los escudos de energía de los guerreros de la Orden. Damien se lanzó hacia adelante con una velocidad sobrehumana, su espada cortando a través de l
La mansión estaba sumida en un inquietante silencio. Solo el crepitar del fuego en la chimenea rompía la quietud, proyectando sombras alargadas en las paredes de piedra. Aurora, sentada en la orilla de la cama, sentía el peso de todo lo que estaba por suceder. Su mano descansaba sobre su vientre, donde la vida que crecía dentro de ella latía con una fuerza casi inhumana.Damien la observaba desde la puerta, su expresión tensa, los puños cerrados a los costados. Sabía que esa noche podía ser la última vez que estuvieran juntos en paz antes de la batalla final. Eris y la Orden estaban más cerca de lo que imaginaban, y el enfrentamiento no podía posponerse más.Aurora levantó la vista, encontrando los ojos carmesí de Damien que la miraban con una mezcla de deseo y desesperación. Sin decir una palabra, él se acercó y se arrodilló frente a ella, apoyando sus manos en sus muslos.—No quiero perderte —murmuró, su voz áspera y cargada de emoción.Aurora deslizó los dedos por su cabello oscuro
La oscuridad siempre había sido un refugio para Damien, un lugar donde sus demonios internos podían merodear sin ser molestados. Pero esa noche, la oscuridad se sentía diferente. No era un manto reconfortante, sino un recordatorio de la fragilidad que se había infiltrado en su existencia desde que Aurora entró en su vida. No podía dormir. Los pensamientos giraban en su mente como cuchillas: Eris, Vincent, la Orden… y Aurora, con su vida y la del bebé colgando de un hilo invisible.El eco de sus pasos resonaba en el pasillo de piedra fría mientras se dirigía hacia la habitación donde Aurora descansaba. La mansión temporal en la que se refugiaban tenía el olor a humedad y ceniza, un recordatorio de que nada era permanente, ni siquiera la seguridad. Abrió la puerta sin hacer ruido, dejando que la tenue luz de la luna delineara la figura dormida de Aurora.Su cabello caía en ondas desordenadas sobre la almohada, su pecho subiendo y bajando con un ritmo que parecía tan frágil y precioso qu
La mañana llegó como una herida abierta en el horizonte, teñida de un rojo pálido que presagiaba más sangre por derramar. Aurora despertó envuelta en el calor de Damien, su cuerpo aún marcado por la pasión de la noche anterior. Pero la paz era un lujo efímero en su mundo. Bastó un susurro en el viento para recordarle que la guerra nunca estaba demasiado lejos.Se apartó con suavidad, dejando que sus dedos se deslizasen por la piel de Damien, memorizando la textura de su ser. Había algo en el aire, una tensión que no podía ignorar. Se vistió rápidamente y salió de la tienda, sus sentidos agudizados por una inquietud inexplicable.Freya estaba en pie cerca de la linde del campamento, su arco colgado a la espalda mientras observaba el horizonte con el ceño fruncido. Aurora se le acercó en silencio, siguiendo su mirada hacia una figura solitaria que se acercaba entre las sombras matutinas.—¿Quién es? —preguntó Aurora, su voz apenas un susurro.Freya no respondió de inmediato. Sus dedos r
Último capítulo