Estaba atada a la cama de una sala pública de tratamiento, con la mirada fija en el techo, sintiendo cada vez más débiles los latidos de mi corazón, mientras esperaba el fin.
Me encontraba en un pequeño hospital en la frontera de varios clanes, un sitio de paso donde la gente entraba y salía, pero nadie se detenía a detallarme. Sabía que, en la habitación de al lado, mi alfa estaba junto a la cama de Julia, avocándose a consolarla con ternura, susurrándole bellas y dulces palabras al oído.
Dentro de mí, sentía cómo el veneno de lobo me quemaba lentamente, robándome el aliento y las fuerzas de a poco.
Mi loba se había alejado de mí hacía ya mucho, y, aunque yo sufría, sabía que ella era la verdadera víctima.
El único antídoto que podía salvarme estaba tan cerca... y, al mismo tiempo, tan lejos; imposible de alcanzar. Cada respiración me costaba todavía más, cada latido se apagaba un poquito, y el frío empezaba a ganar terreno en mi cuerpo. Hasta que ya no pude parpadear ni mover los dedos. Fue entonces cuando mi corazón dejó de latir.
Lo último que escuché fue un grito de alegría en la habitación de al lado. Julia había sobrevivido... a costa de mi propia vida. ¡Me negaba a aceptarlo!
Sentí cómo algo me arrancaba del cuerpo, como si una ráfaga me separara de lo poco que quedaba de mí. De pronto flotaba, ligera, invisible, convertida en un simple soplo perdido en el cosmos.
Atravesé la pared, y allí los vi: Royce abrazaba a Julia con la desesperación de quien teme perderlo todo. La apretaba contra su pecho y le besaba la frente con una ternura que yo jamás había experimentado de su parte.
Aunque mi corazón ya no latía, el dolor de la traición seguía marcando cada uno de mis pensamientos.
Mi compañero, mi alfa, mi pareja destinada...
Quería preguntarle: «cuando yacía en la sala, luchando por mi vida, ¿alguna vez te preocupaste siquiera un segundo por mí?»
Sé que la respuesta solo puede ser un rotundo «no».
Royce, por salvar a Julia, había movilizado a casi todo su clan en busca del antídoto. Pero había sido yo quien lo había encontrado. Por lo que, para no interrumpir el tratamiento de Julia, Royce ordenó que me arrebataran las hierbas y me encerraran. No importaba cuánto gritara o suplicara: él se negó a escucharme.
Pensaba que yo fingía estar enferma, y que mi único propósito era negarme a entregar el antídoto para verla morir.
Seguí intentando defenderme, buscando el apoyo de los curanderos. Pero Royce usó su poder para despojarlos de sus licencias médicas.
—Un mentiroso no merece ser curandero —dijo, sin un atisbo de compasión.
Él tenía el poder absoluto. Y, bajo su amenaza, no había nada que se pudiera hacer.
Cuando el veneno comenzó a invadirme, el dolor me hizo retorcer en la cama. Mi loba temblaba bajo mi pecho, y me sentía aún más culpable por ella que por mí misma.
Ya sin fuerzas, solo podía rogarle a mi alfa a través de nuestro vínculo mental:
—Royce, no volveré a cuestionar nada de lo que digas. Aceptaré cada una de tus decisiones sin rechistar. Por favor, dame un poco del antídoto. Sé que puedo encontrar más... pero si no me ayudas ya, voy a morir.
Como su luna, jamás me había rebajado tanto para hablar con mi alfa. Pensé que, si me rendía por completo, si aceptaba todas las acusaciones que él me había lanzado, tal vez por los cinco años que había sido su luna, se apiadaría de mí y me daría una oportunidad para vivir. Pero estaba muy equivocada.
Royce se rio con desprecio. Y, cuando habló, en su voz había crueldad, como si un demonio hablara a través de él:
—¡Deja de mentir! Estás con esos curanderos, ¡solo quieres matar a Julia! Mientras yo esté aquí, no te voy a dejar. Aunque hayas encontrado las hierbas, aunque le salves la vida... eso no va a limpiar nada lo que hiciste. Le hiciste demasiado daño. Y créeme... vas a pagar. —Hizo una pausa, antes de decir, en un tono sumamente duro—: Primero tendrás que escuchar de su boca que te perdona. Y solo entonces… podrás morir.
Moví los labios, pero ningún sonido salió de mi garganta. Cualquier otra persona, enfrentada a acusaciones tan injustas, habría gritado, se habría negado, pero yo solo pude exhalar un suspiro silencioso, incapaz de pronunciar ruido alguno.
El veneno ya empezaba a atacar mis nervios, dispuesto a destruirme desde dentro.
Royce no se preocupó por mi silencio. La rabia lo consumía. Solo me soltó un último golpe de odio:
—¡Me das asco!
Desde ese momento, no importaba cuánto intentara llamarlo a través de nuestro vínculo: no volvió a responder.
La habitación quedó en silencio absoluto. Pude escuchar, nítidamente, el crujido de mis huesos al romperse. Y, al mismo tiempo, sentí cómo también se quebraba lo que quedaba de mi amor por él. Ahora, en sus ojos, ya no era su luna. Solo una enemiga.
Aun así, en medio del dolor, mi mente seguía aferrándose a los recuerdos: cuando me marcó, cuando me abrazó con ternura, cuando besó mi oído y acarició mi cuello.
Me decía que era la loba más hermosa del mundo, que quería que fuera su luna para siempre. Me susurraba que yo era el regalo más precioso que el cielo le había dado, la persona más importante de su vida, y la única a quien amaría sin moderación.
Pero todas esas promesas se volvieron humo frente a Julia.
Vi cómo, después de besarla, Royce seguía mirándola con ternura, acariciando su cabello y escuchando su corazón latir.
—Que la Diosa luna te proteja... querida, realmente lo lograste —susurró.
Sus ojos estaban enrojecidos, claramente agotado de tantas noches sin dormir, preocupado solo por Julia. Pero yo... yo ya estaba muerta.
Julia mordió su labio inferior y, en voz baja, murmuró:
—Sí, lo logré... Perdón por haberte preocupado tanto. ¿Y Diana? ¿Todavía me odia? Tengo que disculparme con ella.
Intentó incorporarse, pero hasta ese pequeño movimiento la dejó sin aliento, como si fuera a desmayarse en cualquier instante. La escena, en vez de conmoverme, me pareció exagerada y hasta ridícula.
Pero Royce no dudó ni un segundo. Le acomodó las sábanas con cuidado y, sonriendo con dulzura, le dijo:
—No fue tu culpa. Fuiste demasiado buena, y por eso ella te pudo hacer tanto daño. No te preocupes... luego le ordenaré que venga a pedirte disculpas.
Una omega que pasaba cerca los miró con envidia y comentó, suspirando:
—Qué relación tan hermosa tienen. Ojalá, si alguna vez me llego a enfermar así, mi compañero también me cuide durante toda la noche.
Claramente, había malinterpretado la relación entre ellos. Julia bajó la mirada, avergonzada. Royce se quedó inmóvil unos segundos, como si quisiera decir algo... pero al final optó por guardar silencio.
La omega, distraída, pareció recordar algo y su expresión cambió. Su sonrisa se apagó mientras murmuraba:
—La paciente de la sala de al lado estaba mucho peor. Siempre estuvo sola... y hasta en su muerte, nadie se preocupó por ella.
Una leve compasión asomó en su mirada, para desvanecerse al instante. No supe qué pasaba por su mente. ¿Acaso entendía que estaba hablando de mí?
La chispa de esperanza que había encendido en mi pecho se apagó irremediablemente.
Royce solo soltó un suspiro breve y dijo, con una voz que parecía venir de muy lejos:
—Qué noticia tan triste.
«Volcó toda su atención en Julia... ni siquiera se enteró de que yo estaba en la sala de al lado», pensé con amargura. «Ja, ja. Así es como se ve mi compañero, aquel que creí era mi amor eterno.»
Royce no tardó en dejar atrás esa conversación trivial y se dio la vuelta, decidido a buscar más hierbas para Julia. Pasó frente a la puerta de mi sala, donde todavía yacía mi cuerpo helado.
El curandero ya había cubierto mi cuerpo con una manta. Solo mi brazo, colgando por el costado debido a los espasmos finales, quedó a la vista. Sobre él, destacaba una fea y profunda cicatriz, recuerdo de la vez que me lancé para proteger a Royce del ataque de una bestia salvaje.
Contuve el aliento, como si todavía quedara algo de mí que esperara... ¿Me vería? ¿Se detendría?
Royce miró hacia adentro, ladeó ligeramente la cabeza, negó despacio, con un gesto casi piadoso...
Y siguió caminando.
Pasó junto a mi cadáver como quien pasa junto a una piedra en el camino.