El silencio pesaba enormemente en la casa tras la desaparición de la falsa Léa. Cada crujido de la madera bajo sus pies se sentía como un eco siniestro. Mélanie, encorvada junto a la chimenea, no podía apartar la mirada del lugar por donde la criatura se había desvanecido. Hugo, aún inconsciente, reposaba en un viejo sofá, mientras Mathias luchaba desesperadamente por estabilizar su respiración. El miedo se colaba en cada rincón de la habitación y nadie sabía qué decir.
Finalmente, Alice rompió el silencio, con una voz baja, casi ahogada: — No podemos quedarnos aquí… no después de esto. Si, como dijo, esto era “solo el comienzo”, entonces debemos actuar. No podemos esperar a que esa cosa regrese.
Mélanie levantó la vista, su rostro pálido y marcado por las lágrimas; — Pero… ¿a dónde iremos? Estamos atrapados. Esta casa no nos deja salir, Alice.
Lucas, esforzándose por mantener la calma, alzó una mano en señal de tranquilidad y añadió: — Cálmense. Tenemos que pensar. Lanzarnos al bosque