La luz que rodeaba a Sarah se extinguió suavemente, revelando que ahora estaba sola. La casa, aunque inmóvil, parecía haber cambiado. La tensión que pesaba sobre los muros, las inscripciones y el aire mismo se había apaciguado. Sin embargo, ella sabía que se había pagado un precio, y ese precio la perseguiría dondequiera que fuera.
Sarah se mantuvo de pie junto al lago, con las piernas temblorosas. La casa ya no resonaba con murmullo alguno ni pulsaciones, pero ella sabía que aquella calma no era un adiós. Era un recordatorio, una promesa silenciosa de que aquel lugar formaría parte de ella para siempre. Alzó la vista al cielo, en busca de un signo, de un mensaje.
El viento sopló suavemente, haciendo ondular el agua del lago. Cada movimiento parecía cantar, susurrando algo que Sarah no podía comprender por completo, pero que sentía profundamente.
—Alicia —murmuró, con los labios temblorosos—. Tú elegiste quedarte. Nos liberaste. ¿Pero a qué costo?
Se alejó lentamente del lago, arrastr