El sol, aunque alto en el cielo, parecía brillante pero distante, como si la propia luz fuera incapaz de disipar la sombra de lo que el grupo había dejado atrás. Los coches rodaban por una carretera estrecha y silenciosa, mientras los paisajes familiares ofrecían una extraña yuxtaposición a los sucesos sobrenaturales que habían vivido.
Lucas miraba la carretera frente a él, con las manos firmemente apretadas en el volante. A pesar del movimiento mecánico de conducir, su mente se encontraba en otro lugar, encerrada en los recuerdos de la casa, del lago y de las promesas. Cada detalle de su prueba parecía estar grabado en su mente: los sacrificios, las revelaciones y el ineludible peso de su familia en la historia de ese lugar.
Mathias, en el asiento del pasajero, observaba a Lucas con inquietud. — ¿Estás seguro de que vas bien? —preguntó, con la voz delatando su propio malestar. Lucas asintió, aunque su mirada seguía fija en el asfalto. — Estoy bien... o al menos, lo intento. Tenemos q