Agatha llega a un pequeño pueblo al norte de Bergen (Normandía), en cuanto lo hace se da cuenta de que hay algo raro en él, pues todos los aldeanos parecen huir de un chico de 12 años. Él es Ivar, y las historias dicen que no es humano, que hay un demonio viviendo dentro de él. De echo si te fijas en sus ojos, te das cuenta de que a veces se vuelven negros y él comienza a hacer cosas raras
Leer másPARTE I - LA SEMILLA DEL MAL
Mi primer día de clase, en el colegio, fue algo que nunca jamás podré olvidar.
Cuando llegué a aquel feucho pueblo al norte Bergen, pude darme cuenta de que había algo raro en el ambiente. La gente evitaba pasar por el este del pueblo, incluso daba un rodeo si era posible, y solían cuchichear sobre la tranquilidad del lugar, cómo si fuese algo realmente raro.
Papá y yo tuvimos que dejar atrás la capital, y mudarnos a un lugar alejado de los periodistas que querían hacerme preguntas sobre el accidente. Todo el mundo quería saber por qué había sido la única superviviente en el accidente que acabó con la vida de mamá. Pero yo no podía ayudarles, nunca lo haría, pues no podía recordar absolutamente nada.
Así que allí estábamos, después de haber dejado atrás a mis amigas, mi barrio, y a mis abuelos, en un lugar espeluznante al que nadie quería visitar, debido a las horribles habladurías que corrían por el lugar.
Esperé paciente a que papá sacase mi mochila del auto, y sonreí hacia él cuando la colocó correctamente en mi espalda.
Me di la vuelta y entré, mezclándome con el resto de alumnos, directa hacia el interior. Ese lugar era raro, la gente iba en grupos, sin dejar de cuchichear, aterrorizada, mirando hacia alrededor, como si temiesen que lo peor de sus vidas llegaría en cualquier momento.
Cuando comenzó a contar la historia, noté un leve escalofrío en la nuca, que me hizo estremecer.
“Hace doce años y medio, la señora Kalahar, desapareció. Todos la buscamos, pues ella era muy querida en este pueblo, era la enfermera más devota que este pueblo ha visto jamás. Había miles de historias, teorías, de dónde pudo haber ido, pero su desaparición en sí fue rara, pues no avisó de que no iba a ir a trabajar, y tampoco se llevó sus maletas. Algunos juraban haberla visto en el porche esa mañana, y justo al volver a mirar, ya no estaba. Era como si la tierra se la hubiese tragado…”
Se detuvo, aquella chica miró hacia el pasillo, donde algunos se apartaban, pegándose a las paredes, aterrados de que él los tocase.
Había un chico entrando en el colegio, caminando por los pasillos, creando un gran revuelo, haciendo que sus compañeros se apartasen de él en cuanto lo veían, aterrados. Sonrió con malicia, con un destello verde en sus ojos, a pesar de que sus ojos eran completamente negros. Era raro, muy raro, y tenía cierto aire demoníaco, que me ponía los pelos de punta.
Pasó de largo, sin tan siquiera percatarse de que lo mirábamos, abriendo la puerta de su clase y entrando en ella.
El grupito se marchó entonces, metiéndose en la misma clase que lo hizo el chico extraño, ese al que todos temían. Me encogí de hombros, ignorando aquella estúpida historia, entrando en ella, pues era más que obvio que esa también era mi clase.
Aquello me pareció estúpido, él estaba sentado en el pupitre del centro, y todos los demás a cinco metros de él, rodeándolo, cómo si pensasen que su cercanía pudiese hacerles daño.
La clase sobre las flores autóctonas fue interesante, pero yo no podía quitar los ojos de él, que, a diferencia de sus compañeros, lucía tan tranquilo, cogiendo apuntes. Había algo en él, algo extraño, pero en aquel momento no tenía miedo.
Pasaron veinte minutos antes de que dejase de prestar atención al profesor y girase la cabeza para mirarme, como si supiese que yo lo estaba haciendo. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, pude comprender las palabras de aquel niño.
“No mires a sus ojos” – resonó en mi cabeza tan pronto como él me miró y me percaté de que el del centro de sus pupilas se esparcía un color verdoso, que se iba aclarando más y más, hasta que estos dejaron de ser negros. Él podía cambiar sus ojos de color. Pero… ¿cómo era posible?
Retiré la mirada en ese justo instante, aterrada, haciendo que el miedo se esparciese por cada poro de mi cuerpo.
El profesor dejó de hablar, pues él acababa de levantarse, mirándolos a todos, desafiante, molesto con la situación, para luego marcharse sin más.
Desperté en el sofá del padre Helge, pero no era él quién estaba allí, luciendo preocupado, mientras daba vueltas por la habitación, sin tan siquiera darse cuenta de que estaba despierta. Justo iba a hablarle, para que notase mi presencia cuando me percaté de que tenía unas marcas de quemadura en mis muñecas. De hecho, si las tocaba, me dolían. ¿Qué…? – comencé, sin comprender. Él se percató entonces, de mi presencia, sorprendiéndose - ¿qué es esto? – se miró las manos, tragó saliva, y luego se sentó en el sofá, junto a mí, justo cuando yo me sentaba, y miraba hacia él, sin comprender. Arr me avisó de que algo así podría suceder – me dijo. Le miré, sin comprender. Intenté agarrar su brazo, pero él se echó hacia atrás. Le miré, sin comprender – no podemos tocarnos, Agatha. ¿Qué? – pregunté, con incredulidad - ¿cómo…? Tuve que llamar al pa
En aquella oscura noche sin luna, el viento movía los árboles, sin cesar, moviendo las hojas aquí y allá, arrancando algunas, llevándolas lejos de su lugar de origen. Hacía frío, mucho más del habitual y había una ligera niebla que no parecía proceder de ninguna parte, bordeando el pueblo, junto al bosque. Una niña con el cabello negro, dos lazos sujetando sus cabellos en un par de coletas, cada una a cada lado de la cabeza, un vestido azul, de época, se encontraba. Tenía una sonrisa maquiavélica en su rostro, con la mirada fija en la iglesia. Su piel era blanca, mucho más blanca de lo que cualquier otra piel pudiese ser, ojeras bajo sus ojos y pequeñas motas de ceniza en sus mejillas. Aquel cuerpo humano no estaba echo para aguantar el espíritu de un dios, y eso dejaba una marca, justo las que se estaban formando en su delicada piel, quemándola. Debía encontrar un recipiente apropiado, había luchado mucho por estar donde estaba, no pod
No había vuelto a hablar con él, desde que me marché a casa, después de vestirme, dejándole allí, dormido, incapaz de enfrentar la situación. No podía volver a aceptarle, aún tenía demasiado miedo a que volviese a irse, a que volviese a dejarme. El traqueteo del autobús me calmaba, pero al levantar la vista, mis miedos volvieron. Él acababa de entrar y caminaba por el pasillo, deteniéndose frente a mí. ¿por qué estás aquí? – se encogió de hombros, antes de contestar. Supongo que no me apetece caminar – contestó, como si tal cosa, sentándose junto a mí. Le ignoré, por completo. No voy a disculparme por lo de la otra noche – le dije, molesta – cada día deseé que volvieses – él miró hacia mí – y ahora que estás aquí… ni siquiera sé si puedo ser esa persona. Eres esa persona que lo sacrificaría todo por un buen amigo – me cal
Él miraba por la ventana de la cabaña del padre Helge, mientras yo le miraba, sin decir nada. Hacía tan sólo una hora que nos habíamos confesado frente a la iglesia, habíamos confesado nuestros sentimientos, y no habíamos hablado demasiado desde entonces. Sé que ahora estás con Olaf – me dijo, sin mirarme aún, mientras yo observaba su espalda. Sólo nos hemos acostado un par de veces – le dije, él sonrió, como si no pudiese creer mi descaro – Lo que he dicho ahí fuera era cierto, sobre mis sentimientos – cerré los ojos, frustrada. Me sentía realmente estúpida en aquel momento – olvídalo, ni siquiera sé que hago aquí – él se dio la vuelta y miró hacia mí, acercándose más y más, hasta detenerse a espaldas del sofá. ¿qué haces aquí, Agatha? – preguntó, sentándose en el sofá – yo también me lo pregunto. ¿Qué se supone que tenía que hacer? – q
Salí de la sala de las velas y corrí, dejé atrás la iglesia, el pueblo, hasta llegar a casa de Olaff, donde este cargaba unas cuantas motos en la parte de atrás de su camioneta. Me miró, sin comprender, y se sorprendió aún más cuando le abracé y rompí a llorar, pues yo no solía ser así, nunca le buscaba para eso, siempre era una sola cosa lo que quería de él. Shhh – me calmaba, mientras me daba leves golpecitos en la espalda y conseguía traerme paz – ven, vamos a dar una vuelta – me rodeó con sus brazos, a mi lado, y tiró de mí hacia el parque, dejando atrás su casa, las motos, y a su empleado de medio tiempo. Yo no dije nada, sólo me dejé llevar por él, en aquella oscura tarde, apoyada en su pecho – puedes contar conmigo cuando necesites, ya te dije que podemos ser amigos si lo necesitas, Agatha. Quería hacerlo, abrir todas las puertas de mi mente y contar mis secretos, dejar de callar aquello que me traía oscuridad, desahogarme por un
La semana estaba siendo un verdadero incordio, así que aquel viernes, tan sólo quería asistir a mi última sesión grupal e irme a casa, necesitaba escapar a mis pesadillas en mis propios sueños. Entré en la sacristía, más temprano que de lo habitual, descubriendo a ese tipo allí. ¿Por qué no dejaba de encontrármelo en todas partes? Era como si me estuviese siguiendo. Era todo un incordio, sobre todo porque la forma en la que me observaba me ponía de los nervios, me incomodaba. Agarró la sudadera y se levantó del banco, para luego dirigirse hacia mí, sabía que sólo quería salir por la puerta y perderse de vista, pero yo ya estaba harta de ese tipo. Así que tan pronto como lo tuve cerca le agarré de la camiseta y le traje hasta mí, sorprendiéndolo. ¿Por qué estás siguiéndome? ¿eh? – él sonrió, sin poder creer la situación, pero perdió la sonrisa tan pronto como escuchamos pasos dirigiéndose hacia nuestra dirección. Él parecía aterrado con
Último capítulo