Luego de una larga jornada laboral, aquella imagen seguía rondando mi mente como un mal recuerdo: Phillip, riendo con aquella mujer, tan guapa, tan cómoda a su lado. Me repetía a mí misma que él era un hombre soltero, libre de estar con quien quisiera. Después de todo, él y yo nunca habíamos estado realmente juntos.
Suspiré con fastidio. Mi humor estaba por el suelo.
—Nos vemos mañana, Fran —se despidió Deck con un gesto de mano.
—Nos vemos, Deck —respondí con una sonrisa débil.
Guardé mis cosas con calma, intentando no pensar demasiado, y salí de la oficina. Caminé hasta la parada de autobuses más cercana, deseando que el día acabara pronto. Pero justo al llegar, mi corazón dio un vuelco.
Allí, de pie frente a mí, con esos malditos ojos azules que conocía de memoria… estaba él.
Maldición.
En un fallido intento por ignorarlo, comencé a sacarme pelusas invisibles del sweater que traía puesto, como si de pronto aquello fuera lo más interesante del mundo. Pero, por supuesto, Phillip no c