Desde que comencé a trabajar en PrimeNest, una empresa del rubro inmobiliario, las cosas habían tomado un buen rumbo. Mi puesto en el área de admisión me permitía recibir a los futuros compradores y evaluarlos, un trabajo que era demandante, pero luego se sentía gratificante cuando los clientes lograban concretar las ventas.
El ambiente laboral era cómodo. Mis compañeros eran personas amables y profesionales, pues cada uno se concentraba en sus tareas sin interferir en las de los demás. Pero cuando era necesario, el trabajo en equipo surgía de manera natural, logrando que todo fluyera sin tensiones.
Entro en la oficina de admisión y arrugo las cejas con confusión al no ver a ninguno de mis compañeros en sus escritorios. Miro la hora y veo que faltaban solo dos minutos para el ingreso, por lo que me parece extraño que no haya nadie más.
Voy hasta la cocina, decidida a prepararme un café, pero la puerta está cerrada por dentro.
Algo no andaba bien.
—¿Hay alguien ahí? —pregunté, alzan