¿Había algo peor que la muerte?
Sí. No aceptarla.
Siempre fui una persona que luchó contra la realidad cuando dolía demasiado. Alguien (Jack) me enseñó que si actuaba como si nada malo estuviera pasando, entonces nada pasaría. Una fantasía infantil. Y lo más irónico era que esa misma persona ahora descansaba frente a mí, dentro de un ataúd cubierto de flores.
A mi alrededor, sólo había llanto. Algunos rostros me eran familiares, otros no. Muchos ni siquiera lo conocieron bien. Eso era lo que más me dolía. ¿Por qué venir a llorar por alguien con quien hablaste dos veces en la vida? Lo encontraba absurdo. Pero ya me había resignado a que en los últimos días la lógica no era el punto fuerte del universo.
El cura hablaba del descanso eterno, del perdón, de Dios y de la paz que llega después del dolor. Pero sus palabras se deshacían antes de llegar a mí. No escuchaba nada. Lo único que tenía presente era un papel que llevaba doblado en el bolsillo de mi chaqueta. Un discurso.
Jack me lo pi