Aún se me hacía difícil superar todo lo ocurrido en este último tiempo.
Después del funeral de Jack, los días dejaron de tener forma. El tiempo se volvió una masa espesa y gris que se arrastraba lentamente, como si el mundo siguiera girando a mi alrededor mientras yo me quedaba anclada en el mismo lugar.
Cada amanecer era un recordatorio cruel de que él ya no estaba, de que nunca volvería a escuchar su risa, ni a recibir sus mensajes llenos de sarcasmo y ternura. Aún me dolía el saber que jamás volvería a verlo, que nuestras aventuras habían llegado a su fin.
Tres meses después del funeral, conseguí un empleo. Una rutina nueva y una excusa para salir de mi cama, pero mi mente no lograba quedarse en el presente. En mi cabeza, el eco del adiós de Jack se repetía una y otra vez, como si aún estuviera parada frente a su ataúd, incapaz de aceptar la realidad. Su partida me había arrancado algo que no sabía que podía perder: la seguridad de tener siempre a alguien que me conocía sin que y