—¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? —me preguntó Jack de repente, llamando mi atención.
Sonreí, con ese calor familiar en el pecho que me provocaba aquel recuerdo, y asentí en silencio. No tenía idea a dónde quería llegar con eso, pero seguí su juego.
—¡Claro que lo recuerdo! —respondí.
—¿Recuerdas cuando golpeaste a esa chica que se burlaba de tus horribles lentes? —añadió con una sonrisa traviesa.
Solté una carcajada fuerte y genuina al recordar ese episodio.
¿Cómo olvidarlo? Esa niña me había torturado por meses, solo por usar esos lentes gigantescos que me había entregado el doctor. Y un día, simplemente, perdí la paciencia. El golpe que le di fue uno de los más satisfactorios de mi vida, y jamás me arrepentí.
Tenía apenas cuatro años, pero mi madre me había enseñado a defenderme muy bien.
—También recuerdo que me acerqué a tí cuando ya la habías derribado, y la seguías insultando —rió—. Tuve que intervenir para que dejaras de rematarla. Te llevé a la enfermería… y bueno