Luciana miró a Alejandro sintiendo una punzada en el corazón. Entonces todo lo que ella había aportado al matrimonio no valía nada para él, ¿ella misma tampoco tenía ningún valor?
—¿Así que en tu opinión solo sirvo para lavarte la ropa y cocinarte?
Un nudo se formó en su garganta, pero se obligó a contenerlo. Se había prometido no derramar ni una lágrima más por él.
—Bien, supongo que me lo busqué yo sola —después de todo, ¿quién la mandó a ser tan ciega como para elegir a semejante espécimen?
Alejandro pareció darse cuenta de que sus palabras habían sido hirientes, pero aun así se mantuvo firme en su postura.
—Puedes negarlo si quieres, pero esa es la realidad.
Luciana optó por no defenderse. Hasta que no tuviera logros propios que mostrar, cualquier palabra sería en vano. Los resultados serían su mejor defensa. Sin decir más, se dio la vuelta y se marchó en su auto.
Al regresar al bufete, aquella mujer ya la estaba esperando.
—¿Te encuentras bien? Tienes mala cara —comentó la mujer.