Alejandro se encontraba visiblemente frustrado, con una expresión sombría en su rostro.
—¿Ya revisaste las cámaras de seguridad? —preguntó Luciana sin rodeos, sin tiempo para tonterías.
Alejandro se sentía acorralado, pues había asumido inmediatamente que era Luciana sin molestarse en revisar las grabaciones.
—Sí, las vi —mintió, intentando mantener la compostura.
—¿Y las cámaras me grabaron dejando esas porquerías y escribiendo en tu puerta? —cuestionó Luciana con incredulidad— Porque quiero ver esas grabaciones. No pueden culparme de algo que no hice.
Alejandro comenzó a ponerse nervioso, su mirada delataba su inseguridad.
—¿No me digas que no tienes pruebas? —Luciana lo fulminó con la mirada— ¿Me estás acusando solo por tus suposiciones? ¿Así es como ejerce la justicia el gran abogado?
—¿Ya terminaste? —espetó Alejandro, levantándose bruscamente— Vamos a ver las grabaciones.
—De acuerdo.
Al salir del bufete, Alejandro abrió la puerta de su auto.
—Sube.
—Llevaré mi propio auto —respo