Vanessa estaba tan furiosa que la cara se le deformó de la rabia.
Por dentro ardía, quería arrancarle los cabellos a la empleada en ese mismo momento.
Pero ahora no tenía de otra: si no le pagaba, iba a quedar peor, y además, esa mujer tenía que largarse de una vez.
Con esa boca, seguro era capaz de inventar cualquier cosa delante de Alejandro.
—Te hago la transferencia —dijo Vanessa, apretando los dientes, y le pasó la plata.
Ya de por sí andaba corta de dinero, y al soltar esos seiscientos dólares, se quedó más apretada que nunca.
La empleada le dictó su número de cuenta, Vanessa le mandó el dinero y le soltó:
—¡No vuelvas a poner un pie aquí!
—¿Te da miedo que diga quién eres de verdad? —dijo la empleada guardando el celular.
Vanessa se puso roja del coraje.
La otra añadió con calma:
—Tengo cosas que hacer.
Cuando la empleada se fue, Vanessa se quedó mirando al piso y soltó una risa amarga.
¿Cuándo se había rebajado tanto?
¡Una empleada de servicio la había dejado en ridículo!
Se mo